martes, 24 de diciembre de 2013

Permiso para llorar




Tan difícil es dejar ir un familiar o un amigo. Solo la idea de pensar que ese individuo ya no estará más y no podrás seguir compartiendo con él o ella, es razón para llorar. Pienso así como lo escuche de una persona muy sabía decir que: al instante de llorar, no lo hacemos por el fallecido, sino por nosotros mismos, por esos recuerdos que solo serán recuerdos pasados y por esos momentos comunes y espontáneos que ya no serán más.


            No soy religiosa, por lo tanto pienso que: morir es cuando tu corazón deja de latir y ya, no hay otra vida, no hay un más allá; dejas un cuerpo sin vida, tus células dejan de trabajar. Pero como todo ser humano respeto las creencias de los demás. Estuve con ella unos pocos instantes, sí, cuando parecía sentirse en otra parte y sostenía una cruz pequeña en representación de Jesús crucificado; mientras agonizaba, lo tenía en sus manos, sosteniéndolo, muy fuerte; lo miró fijamente por un instante, sabía que su cuerpo ya no podía más y luego se durmió para siempre. Tal vez estoy exagerando, puede que siguiera respirando un poco más, pero me fui no vi cuando murió.

            Varios lloraron, otros estaban tristes pero con una idea de que ya partió a otro plano y que ya no sufriría más. Las llamadas a los amigos, los demás familiares y los vecinos. No quise llorar, pero el ambiente era tan triste y deprimente que una que otra lágrima se me escapó.

            Sé que todos moriremos una vez, sé que estamos de paso, pero los funerales son auténticos permisos para llorar: es allí cuando te abrazan y no te preguntan: ¿por qué lloras? O te dan una caricia en el hombro y no te dicen: No llores.

            ¿Pero qué tan profundo es el dolor de perder un familiar? Tanto  ¿para ponerse a gritar en pleno funeral: No te vayas o ¿Por qué Dios mío?..? Obviamente eso no ocurrió en el funeral que yo acudí, todo estaba calmado, todo era sereno pero triste; los rezos eran una manera de creer que el alma del fallecido estará en paz,  pero –a mi parecer– es una manera de que los vivos podamos  asimilar de una u otra manera estos dolores y quedar en paz con el fallecido; además de hacernos con la idea de que ya no estará con nosotros nunca más.

            Algo me dejó pensando. En su ataúd sólo se llevó una blusa blanca y una falda de colores vivos y creo que nunca utilizó la vajilla nueva que guardaba para una ocasión especial; trabajo duro toda su vida, se preocupó por muchas cosas pero tuvo una familia que la acompañó hasta el final y lloró hasta que su ataúd desapareció dentro de un hoyo profundo con una placa de cemento encima y unas flores que pronto se marchitaran. Así que tuve un permiso para llorar por mis desgracias, mis sentimientos de soledad y mi familiar fallecido

1 comentario:

  1. Tu relato me ha llevado allí, en la distancia he vivido a taves de tus palabras el momento y he llorado otra vez

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