Tan difícil es dejar ir
un familiar o un amigo. Solo la idea de pensar que ese individuo ya no estará
más y no podrás seguir compartiendo con él o ella, es razón para llorar. Pienso
así como lo escuche de una persona muy sabía decir que: al instante de llorar,
no lo hacemos por el fallecido, sino por nosotros mismos, por esos recuerdos
que solo serán recuerdos pasados y por esos momentos comunes y espontáneos que
ya no serán más.
No soy religiosa, por lo tanto pienso que: morir es cuando
tu corazón deja de latir y ya, no hay otra vida, no hay un más allá; dejas un
cuerpo sin vida, tus células dejan de trabajar. Pero como todo ser humano
respeto las creencias de los demás. Estuve con ella unos pocos instantes, sí,
cuando parecía sentirse en otra parte y sostenía una cruz pequeña en
representación de Jesús crucificado; mientras agonizaba, lo tenía en sus manos,
sosteniéndolo, muy fuerte; lo miró fijamente por un instante, sabía que su
cuerpo ya no podía más y luego se durmió para siempre. Tal vez estoy exagerando,
puede que siguiera respirando un poco más, pero me fui no vi cuando murió.
Varios lloraron, otros estaban tristes pero con una idea
de que ya partió a otro plano y que ya no sufriría más. Las llamadas a los
amigos, los demás familiares y los vecinos. No quise llorar, pero el ambiente
era tan triste y deprimente que una que otra lágrima se me escapó.
Sé que todos moriremos una vez, sé que estamos de paso,
pero los funerales son auténticos permisos para llorar: es allí cuando te
abrazan y no te preguntan: ¿por qué lloras? O te dan una caricia en el hombro y
no te dicen: No llores.
¿Pero qué tan profundo es el dolor de perder un familiar?
Tanto ¿para ponerse a gritar en pleno
funeral: No te vayas o ¿Por qué Dios mío?..? Obviamente eso no ocurrió en el
funeral que yo acudí, todo estaba calmado, todo era sereno pero triste; los
rezos eran una manera de creer que el alma del fallecido estará en paz, pero –a mi parecer– es una manera de que los
vivos podamos asimilar de una u otra
manera estos dolores y quedar en paz con el fallecido; además de hacernos con
la idea de que ya no estará con nosotros nunca más.
Algo me dejó pensando. En su ataúd sólo se llevó una
blusa blanca y una falda de colores vivos y creo que nunca utilizó la vajilla nueva
que guardaba para una ocasión especial; trabajo duro toda su vida, se preocupó
por muchas cosas pero tuvo una familia que la acompañó hasta el final y lloró
hasta que su ataúd desapareció dentro de un hoyo profundo con una placa de
cemento encima y unas flores que pronto se marchitaran. Así que tuve un permiso
para llorar por mis desgracias, mis sentimientos de soledad y mi familiar
fallecido
Tu relato me ha llevado allí, en la distancia he vivido a taves de tus palabras el momento y he llorado otra vez
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