Desde estas calles blancas
y desconocidas te escribo ésta carta, al irme tuve miedo de que pensaras que te
quise abandonar o que ya no me
importabas; tal vez mis palabras ya no causen efecto en tu duro corazón, pero
debo intentarlo y no puedo quedarme con ésta culpa que siento. Dentro de mí
está el deseo de explicarte el motivo de por qué te abandoné cuando más
necesitabas de mí, de una amiga, de ésta protectora. Recuerdo la vez que te
decía que dejaras a aquel hombre que te hacía daño; llorabas, sangrabas y una vez llegaste a
delirar por el dolor, me dio mucho miedo porque nadie más te quiso proteger,
parecía que sólo estábamos tú y yo. Sin embargo, así te haya arrebatado tus
derechos, tu belleza y tu libertad, volvías a él dejándote convencer por sus
promesas vacías y sus disculpas actuadas. Un día te había preguntado por qué no
lo dejabas y buscabas a otro, ese día rompiste a llorar y arrodillada con la
cara entre las manos bañadas en lágrimas, me contestaste que así quisieras
dejarlo no podías porque tenía entre sus manos fuerza y poder. Fue en ese
preciso momento cuando me di cuenta que estabas atrapada y que ya no podías
escapar. Mi corazón afligido hizo que me arrodillara junto a ti para acompañarte en el llanto
desconsolado. En ese instante pensé que no te abandonaría nunca, que jamás te iba
a dejar en manos de aquel desgraciado que sólo pensaba en sí mismo, pero el
tiempo pasó y es muy difícil enfrentarlo a él y a los que lo protegen, sólo
estábamos tú y yo, intentando soportar lo que él te hacía con placer y malicia.
Recuerdo que te había prometido que siempre estaría contigo, –no pienses que
desde que llegué a éste lugar dejé de pensar en ti, nunca te he abandonado,
siempre estás en mi cabeza y me pregunto cómo estarás– creíste mi promesa y
admito con mucho dolor en mi alma, que te he fallado. Me enteré que varias
personas te han hablado mal de mí y no te culpo si les crees, porque me fui sin
dar ninguna explicación, pero ahora me arrepiento de no haberme despedido
porque siento que he creado en ti un profundo rencor hacia mí. Como dije anteriormente, tal vez mis palabras
ya no te importen y no cambien nada, tal vez se convertirán en papel viejo que
usaran para reciclaje, no importa porque estaré tranquila al saber que te
escribí.
Todo empezó cuando tenía veinte años, entré a una buena
universidad y empecé a querer mi carrera, tú parecías estar normal, como si
estuvieses feliz y tranquila. Me di tiempo para conocer nueva gente,
interactuar entre aquellos que parecían interesantes. Te reirás de mí pero en
las siguientes semanas me había aburrido de todos ellos; todos intentando
hacerse pasar por inteligentes e interesantes;
sabes muy bien que me aburren esas personas así que decidí sólo atender a mis
clases. Un día cualquiera conocí a Alejandro, él estudiaba conmigo en el mismo
salón y después de varios meses empezamos a hablar, lo más gracioso de todo es que él es
cristiano y por supuesto mi pensamiento liberal y antirreligioso hizo que
nuestros temas de conversación fuesen interesantes; yo le decía que la
masturbación era necesaria y normal y él contestaba que no lo era porque Dios
creo al hombre y a la mujer para que se den amor y esas otras cosas. También
hablamos del aborto y de la creación del mundo… Me burlaba de él y de sus explicaciones
que me parecían incoherentes –a veces soy algo infame con estos temas
religiosos – sin embargo, Alejandro sólo reía y trataba de explicarme con más
claridad lo que quería decir, a veces me aburría y le pedía que fuésemos a
comer algo, por supuesto siempre hacía que él pagara. Sé que mi condición como
mujer liberal y pensadora en que todos debemos tener los mismos derechos, debía
hacer que hiciera todo lo contrario, pero me gustaba molestarlo y hacerme la
chica mala. Nuestros temas de conversaciones cada vez se hacían más extensos,
las horas no alcanzaban y llegó un momento en que deseaba que los profesores
faltasen para no interrumpir la conversación. Así pasaron varias semanas hasta
que tú me llamaste. Necesito ayuda, dijiste, estoy atrapada. Junto a mí, otras
personas se unieron para ir a la calle y gritar para que te liberaran, me di
cuenta que habían más personas que deseaban que tú dejaras a aquel hombre, eso
por una parte me hizo muy feliz, porque ya no éramos sólo tú y yo, sino que
habían otros que empezaron a quererte y a darse cuenta por lo que estabas
pasando. Así transcurrieron los días, las semanas y los meses. Luego que hubo
muertos y heridos las cosas se calmaron y vimos que aquel hombre se hacía mucho
más fuerte y que te tenía encerrada, me dijiste que ya no me preocupara, que
estabas bien y que continuara con mi vida. Me di cuenta que todo se había
calmado y que estabas soportando todo el dolor con valentía y fuerzas; y con tu
rostro lleno de esperanza y furia no te dejabas doblegar ante la fuerza bruta y
aunque te lanzaba al suelo, a duras penas te volvías a poner de pie.
Fui hasta Alejandro para contarle, desahogar mi corazón que
estaba apretado por la indignación. Él te conocía pero no estaba enterado por
lo que estabas pasando. Me ayudó a calmarme y me dio fuerzas para continuar.
Voy a confesar que me sentía atraída por él, pero no quería estar junto a un
religioso, siempre me imaginé que una relación entre una no religiosa con un si
religioso iba a verse envuelta en diferencias que arruinarían la unión. Sin
embargo, pasados los meses se atrevió a pedir el noviazgo, acepté y así inició
nuestra relación. Era muy atento, me regalaba flores, chocolates y peluches,
por supuesto yo insistía en que dejara de gastar en esas tonterías y que me
llevara a un bar a beber y escuchar música. Te hubiese dado mucha risa la cara
que ponía al escucharme; pero ya que hacia el intento le aceptaba los regalos y
luego nos abrazábamos para ver una película. Pasadas varias semanas lo había
notado muy nervioso, así que le pregunté que le ocurría. Seriamente me dijo que
me sentará, luego lo hizo él y me miró con mucha seriedad a los ojos. Casi que
tartamudeaba. En mi cabeza ya me estaba haciendo la idea, por ello también
comencé a ponerme nerviosa. –Quería saber –dijo tomándome de la mano –¿Si te
quieres convertir al cristianismo por mí?–. Luego de escuchar semejante propuesta
mis nervios se esfumaron como el aire en los pulmones y comencé a reírme sin
parar. Hubiera preferido lo de la propuesta de matrimonio, no hubiese sido tan
gracioso. Me explicó que quería que conociera a su familia pero que por mi
“condición de atea” ellos me iban a rechazar. Le dije que los mandará al
infierno, que si él me quería tenía que ser por lo que soy y que ni loca me
convierto en religiosa. Me impresionó que se haya molestado, se levantó de la
silla y salió del apartamento, no nos hablamos después de cinco días. Me sentí
mal porque en ningún momento había respetado su religión y él siempre fue muy
amable y paciente conmigo y mis comentarios pesados. Pensé que sólo una vez
vería a su familia, así que acepté en mentirles y decirles que soy cristiana y
a vestirme para esa ocasión como una mujer “del bien” –Me sentía muy extraña
sin mi delineador negro–.
La familia de Alejandro fue muy amable y voy a confesar que
un poco fanática también, a todas partes que colocaba la mirada estaba una cruz
con Jesucristo agonizando. Antes de empezar a cenar rezaban y agradecían, ya me
estaba preguntando qué era lo que hacía allí, me sentía totalmente incómoda,
como si no fuese yo quien estaba sentada en aquella silla. Al fin comiendo
aprovecharon la ocasión y la madre me invitó a una misa el domingo, tomé a
Alejandro que estaba a mi lado por la pierna debajo de la mesa y lo miré
simuladamente y amenazante para que inventara una excusa o se negara, pero para
mi sorpresa él aceptó muy contento la invitación diciendo que yo estaría
encantada, sin embargo, nadie habla por mí; así que lo interrumpí y les
expliqué que ese día no podía ir porque tenía que cuidar a una amiga. Les dije
que tenía que ir a verte y reclamar que te liberaran; repentinamente me molesto
que hayan dicho que si hubieses aceptado al Señor, esto no te estaría pasando.
Éstos son comentarios que me hierven la sangre y que me molesto en no
contestar, simplemente fingí aceptar su opinión y luego le dije a Alejandro que
me sacará de allí, no estaba de humor para enfrentarme a una familia entera de
religiosos. En el auto dije todas las
barbaridades que se me habían ocurrido y logré desahogarme. Él sonreía
divertido, me pidió que fuésemos a la misa, que me iba a divertir y a conocer
mucha gente; fue cuando descubrí que no se quedaría tranquilo, comencé a
imaginarme situaciones como que Alejandro le había contado todo a su familia y
que juntos tienen una estrategia para atraparme en su mundo de hablar a las
nubes y adorar una ideología –es irónico porque es por culpa de una ideología
el por qué estas atrapada mi querida amiga–. Finalmente, acostada en mi cama
pensé por un largo rato y me di cuenta que no quiero dejar mi libertad y mi
forma de ser por un hombre y un sentimiento, así que decidí terminar con la
relación. Al día siguiente decidí hablar con él. La conversación estuvo
acalorada, me insistió en continuar y que no me obligaría a ir a ninguna otra
misa, al negarme rotundamente estalló de cólera y se marchó. No quise saber más
de él así que salí a visitarte y hablar contigo, fue cuando me enteré que
estabas pasando hambre, que el hombre aquel no te alimentaba. Por suerte para
las dos, ya otras personas estaban afuera gritando para que te dieran de comer
y que al menos curasen tus heridas. Anduve entre tus nuevos amigos con la
esperanza de que algo ocurriría a tu favor, de que al fin estarías libre luego
de tantos años, nunca me lo hubiera imaginado, ese fue el día en que te
abandoné, no porque quise sino porque me obligaron. Estaba entre tantas personas
y fui yo la que la recibió. Lo había sentido como un fuerte golpe en la parte
trasera de mi cabeza, luego no me pude sostener y caí al suelo como una bolsa
de huesos y carne, en ese instante en que me desplomaba, observaba a los demás
correr intentando huir de aquel horror, de aquella lluvia de piedras doradas.
Intenté moverme y ya no tenía control sobre mis miembros, intenté gritar y ya
no tenía aire en mis pulmones; mi cabeza comenzó a humedecerse y lo último que
escuché fue –¡Le dieron a otro! –. Todo se había hecho oscuro y en un corto
tiempo he despertado entre estas calles blancas y desconocidas, no sé dónde estoy, pero no puedo salir, cómo tú
mi bella amiga, estoy atrapada en un lugar desconocido y lamento que mi intento
por ayudarte te haya dejado más sola. Ahora las dos nos encontramos abandonadas
en don lugares separados.
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