jueves, 1 de mayo de 2014

El abandono

   



       Desde estas calles blancas y desconocidas te escribo ésta carta, al irme tuve miedo de que pensaras que te quise abandonar o  que ya no me importabas; tal vez mis palabras ya no causen efecto en tu duro corazón, pero debo intentarlo y no puedo quedarme con ésta culpa que siento. Dentro de mí está el deseo de explicarte el motivo de por qué te abandoné cuando más necesitabas de mí, de una amiga, de ésta protectora. Recuerdo la vez que te decía que dejaras a aquel hombre que te hacía daño;  llorabas, sangrabas y una vez llegaste a delirar por el dolor, me dio mucho miedo porque nadie más te quiso proteger, parecía que sólo estábamos tú y yo. Sin embargo, así te haya arrebatado tus derechos, tu belleza y tu libertad, volvías a él dejándote convencer por sus promesas vacías y sus disculpas actuadas. Un día te había preguntado por qué no lo dejabas y buscabas a otro, ese día rompiste a llorar y arrodillada con la cara entre las manos bañadas en lágrimas, me contestaste que así quisieras dejarlo no podías porque tenía entre sus manos fuerza y poder. Fue en ese preciso momento cuando me di cuenta que estabas atrapada y que ya no podías escapar. Mi corazón afligido hizo que me arrodillara  junto a ti para acompañarte en el llanto desconsolado. En ese instante pensé que no te abandonaría nunca, que jamás te iba a dejar en manos de aquel desgraciado que sólo pensaba en sí mismo, pero el tiempo pasó y es muy difícil enfrentarlo a él y a los que lo protegen, sólo estábamos tú y yo, intentando soportar lo que él te hacía con placer y malicia. Recuerdo que te había prometido que siempre estaría contigo, –no pienses que desde que llegué a éste lugar dejé de pensar en ti, nunca te he abandonado, siempre estás en mi cabeza y me pregunto cómo estarás– creíste mi promesa y admito con mucho dolor en mi alma, que te he fallado. Me enteré que varias personas te han hablado mal de mí y no te culpo si les crees, porque me fui sin dar ninguna explicación, pero ahora me arrepiento de no haberme despedido porque siento que he creado en ti un profundo rencor hacia mí.  Como dije anteriormente, tal vez mis palabras ya no te importen y no cambien nada, tal vez se convertirán en papel viejo que usaran para reciclaje, no importa porque estaré tranquila al saber que te escribí.
         
     Todo empezó cuando tenía veinte años, entré a una buena universidad y empecé a querer mi carrera, tú parecías estar normal, como si estuvieses feliz y tranquila. Me di tiempo para conocer nueva gente, interactuar entre aquellos que parecían interesantes. Te reirás de mí pero en las siguientes semanas me había aburrido de todos ellos; todos intentando hacerse pasar por  inteligentes e interesantes; sabes muy bien que me aburren esas personas así que decidí sólo atender a mis clases. Un día cualquiera conocí a Alejandro, él estudiaba conmigo en el mismo salón y después de varios meses empezamos a hablar,  lo más gracioso de todo es que él es cristiano y por supuesto mi pensamiento liberal y antirreligioso hizo que nuestros temas de conversación fuesen interesantes; yo le decía que la masturbación era necesaria y normal y él contestaba que no lo era porque Dios creo al hombre y a la mujer para que se den amor y esas otras cosas. También hablamos del aborto y de la creación del mundo… Me burlaba de él y de sus explicaciones que me parecían incoherentes –a veces soy algo infame con estos temas religiosos – sin embargo, Alejandro sólo reía y trataba de explicarme con más claridad lo que quería decir, a veces me aburría y le pedía que fuésemos a comer algo, por supuesto siempre hacía que él pagara. Sé que mi condición como mujer liberal y pensadora en que todos debemos tener los mismos derechos, debía hacer que hiciera todo lo contrario, pero me gustaba molestarlo y hacerme la chica mala. Nuestros temas de conversaciones cada vez se hacían más extensos, las horas no alcanzaban y llegó un momento en que deseaba que los profesores faltasen para no interrumpir la conversación. Así pasaron varias semanas hasta que tú me llamaste. Necesito ayuda, dijiste, estoy atrapada. Junto a mí, otras personas se unieron para ir a la calle y gritar para que te liberaran, me di cuenta que habían más personas que deseaban que tú dejaras a aquel hombre, eso por una parte me hizo muy feliz, porque ya no éramos sólo tú y yo, sino que habían otros que empezaron a quererte y a darse cuenta por lo que estabas pasando. Así transcurrieron los días, las semanas y los meses. Luego que hubo muertos y heridos las cosas se calmaron y vimos que aquel hombre se hacía mucho más fuerte y que te tenía encerrada, me dijiste que ya no me preocupara, que estabas bien y que continuara con mi vida. Me di cuenta que todo se había calmado y que estabas soportando todo el dolor con valentía y fuerzas; y con tu rostro lleno de esperanza y furia no te dejabas doblegar ante la fuerza bruta y aunque te lanzaba al suelo, a duras penas te volvías a poner de pie. 

         Fui hasta Alejandro para contarle, desahogar mi corazón que estaba apretado por la indignación. Él te conocía pero no estaba enterado por lo que estabas pasando. Me ayudó a calmarme y me dio fuerzas para continuar. Voy a confesar que me sentía atraída por él, pero no quería estar junto a un religioso, siempre me imaginé que una relación entre una no religiosa con un si religioso iba a verse envuelta en diferencias que arruinarían la unión. Sin embargo, pasados los meses se atrevió a pedir el noviazgo, acepté y así inició nuestra relación. Era muy atento, me regalaba flores, chocolates y peluches, por supuesto yo insistía en que dejara de gastar en esas tonterías y que me llevara a un bar a beber y escuchar música. Te hubiese dado mucha risa la cara que ponía al escucharme; pero ya que hacia el intento le aceptaba los regalos y luego nos abrazábamos para ver una película. Pasadas varias semanas lo había notado muy nervioso, así que le pregunté que le ocurría. Seriamente me dijo que me sentará, luego lo hizo él y me miró con mucha seriedad a los ojos. Casi que tartamudeaba. En mi cabeza ya me estaba haciendo la idea, por ello también comencé a ponerme nerviosa. –Quería saber –dijo tomándome de la mano –¿Si te quieres convertir al cristianismo por mí?–. Luego de escuchar semejante propuesta mis nervios se esfumaron como el aire en los pulmones y comencé a reírme sin parar. Hubiera preferido lo de la propuesta de matrimonio, no hubiese sido tan gracioso. Me explicó que quería que conociera a su familia pero que por mi “condición de atea” ellos me iban a rechazar. Le dije que los mandará al infierno, que si él me quería tenía que ser por lo que soy y que ni loca me convierto en religiosa. Me impresionó que se haya molestado, se levantó de la silla y salió del apartamento, no nos hablamos después de cinco días. Me sentí mal porque en ningún momento había respetado su religión y él siempre fue muy amable y paciente conmigo y mis comentarios pesados. Pensé que sólo una vez vería a su familia, así que acepté en mentirles y decirles que soy cristiana y a vestirme para esa ocasión como una mujer “del bien” –Me sentía muy extraña sin mi delineador negro–.


         La familia de Alejandro fue muy amable y voy a confesar que un poco fanática también, a todas partes que colocaba la mirada estaba una cruz con Jesucristo agonizando. Antes de empezar a cenar rezaban y agradecían, ya me estaba preguntando qué era lo que hacía allí, me sentía totalmente incómoda, como si no fuese yo quien estaba sentada en aquella silla. Al fin comiendo aprovecharon la ocasión y la madre me invitó a una misa el domingo, tomé a Alejandro que estaba a mi lado por la pierna debajo de la mesa y lo miré simuladamente y amenazante para que inventara una excusa o se negara, pero para mi sorpresa él aceptó muy contento la invitación diciendo que yo estaría encantada, sin embargo, nadie habla por mí; así que lo interrumpí y les expliqué que ese día no podía ir porque tenía que cuidar a una amiga. Les dije que tenía que ir a verte y reclamar que te liberaran; repentinamente me molesto que hayan dicho que si hubieses aceptado al Señor, esto no te estaría pasando. Éstos son comentarios que me hierven la sangre y que me molesto en no contestar, simplemente fingí aceptar su opinión y luego le dije a Alejandro que me sacará de allí, no estaba de humor para enfrentarme a una familia entera de religiosos.  En el auto dije todas las barbaridades que se me habían ocurrido y logré desahogarme. Él sonreía divertido, me pidió que fuésemos a la misa, que me iba a divertir y a conocer mucha gente; fue cuando descubrí que no se quedaría tranquilo, comencé a imaginarme situaciones como que Alejandro le había contado todo a su familia y que juntos tienen una estrategia para atraparme en su mundo de hablar a las nubes y adorar una ideología –es irónico porque es por culpa de una ideología el por qué estas atrapada mi querida amiga–. Finalmente, acostada en mi cama pensé por un largo rato y me di cuenta que no quiero dejar mi libertad y mi forma de ser por un hombre y un sentimiento, así que decidí terminar con la relación. Al día siguiente decidí hablar con él. La conversación estuvo acalorada, me insistió en continuar y que no me obligaría a ir a ninguna otra misa, al negarme rotundamente estalló de cólera y se marchó. No quise saber más de él así que salí a visitarte y hablar contigo, fue cuando me enteré que estabas pasando hambre, que el hombre aquel no te alimentaba. Por suerte para las dos, ya otras personas estaban afuera gritando para que te dieran de comer y que al menos curasen tus heridas. Anduve entre tus nuevos amigos con la esperanza de que algo ocurriría a tu favor, de que al fin estarías libre luego de tantos años, nunca me lo hubiera imaginado, ese fue el día en que te abandoné, no porque quise sino porque me obligaron. Estaba entre tantas personas y fui yo la que la recibió. Lo había sentido como un fuerte golpe en la parte trasera de mi cabeza, luego no me pude sostener y caí al suelo como una bolsa de huesos y carne, en ese instante en que me desplomaba, observaba a los demás correr intentando huir de aquel horror, de aquella lluvia de piedras doradas. Intenté moverme y ya no tenía control sobre mis miembros, intenté gritar y ya no tenía aire en mis pulmones; mi cabeza comenzó a humedecerse y lo último que escuché fue   –¡Le dieron a otro! –. Todo se había hecho oscuro y en un corto tiempo he despertado entre estas calles blancas y desconocidas, no  sé dónde estoy, pero no puedo salir, cómo tú mi bella amiga, estoy atrapada en un lugar desconocido y lamento que mi intento por ayudarte te haya dejado más sola. Ahora las dos nos encontramos abandonadas en don lugares separados.   

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