jueves, 8 de mayo de 2014

La extranjera




Imaginaba que mi día libre sería un poco más divertido, pero me topé con algo inesperado que lo arruinó por completo. Ese día hice unas compras en el centro comercial; me probé unos zapatos lindísimos y vi la ropa que me gustó. Observé a la gente ir y venir como siempre, con cosas que hacer, hasta llegué a pensar que era la única que tenía el día libre.  Me compré un libro para empezar a leerlo en cuanto llegara a casa; se trababa de una mujer que intentaba encontrar a su hijo. Me pareció interesante leer sobre los sentimientos que experimenta una madre con respecto a que no tiene a su cría a la vista, tal vez éste autor había conseguido imitar de forma natural y precisa estos sentimientos por la cual, cualquier mujer soltera y sin hijos, de vez en cuando siente la curiosidad y el deseo de saber que se siente –¡no sólo cuando están perdidos! –.  
Terminada mi ronda en el centro comercial, fui al estacionamiento y me subí a mi auto, no era el “gran auto” pero me  ayudaba a movilizarme en esta ciudad caótica y de gente que corre en vez de caminar. El calor de estos meses me estaba atosigando, así que decidí encender el aire acondicionado que para mi sorpresa estaba –¡dañado! –, tuve que bajar los vidrios para evitar asfixiarme y de nada ayudó porque el calor de afuera continuaba insoportable hasta con el viento. Conté con llegar a mi casa en treinta minutos, sin embargo, para mi mala suerte, me topé con una inmensa cola; los autos estaban detenidos y en filas esperando a que una marcha de estudiantes y civiles pasaran con su protesta, –como si no tuviesen trabajo o clases. Me parece que hacen perder el tiempo a los demás –, esperé muy molesta por quince eternos minutos y luego, al fin, la fila avanzó –lento pero seguro –.

Ya estando a diez minutos de mi departamento, recibo la llamada de mi madre –tiene sesenta y seis años y a veces da muchas vueltas para explicar la razón por la que llamó –. Al fin termino de hablar y como buena y consiente hija que soy, acepté ir al supermercado a comprar la leche para que tomara su café con leche de todas las mañanas   –es como un ritual para ella –. Llegué al lugar y para mi nueva sorpresa logré tomar una sola bolsa de leche –¡si quiera la habían colocado en los estantes y ya se había agotado! –, tomé la leche y algunas otras cositas que recordé que me faltaban. Busqué la caja para pagar y una señora me explicó señalando con el dedo que el final de la cola era –Allaaaá –. Al seguir la dirección que la señora me indicaba, por poco se me cae la mandíbula de lo sorprendida que había quedado –si quiera para votar se hacían esas colas tan largas –. Resignada comencé a caminar y desde mi punto de partida conté a las personas que tenía adelante, todas  cargando paquetes de leche o llevando más de tres en las manos.  El total de mi largo recorrido fue de cuarenta personas y me  abandoné a pensar en sólo llevarle la leche a la querida madre que tanto quiero.., finalmente, luego de esperar casi una hora parada entre un pasillo de supermercado, pagué los artículos y completamente cansada me subí al auto. Olvide que el aire acondicionado no servía y luego bajé la ventana nuevamente.  Salí del estacionamiento del supermercado y… ¡otra maldi… cola! Empecé a frustrarme y llamé a mamá, le expliqué que iría a llevarle la leche el otro día. No tuve tiempo de colgar y ya un motorizado me había arrebatado el celular por la ventana. Grite, grite y mucho. Me acerqué a un policía que estaba en una esquina, le expliqué mi situación y para mi mayor sorpresa me dijo que lo máximo que ¡yo! podía hacer era mandar a bloquear la línea. ¡Dios mío! Grite al cielo y me vine a mi departamento, frustrada y alterada. Pasadas las horas decidí olvidar lo del celular aunque todos mis contactos estaban allí, al menos no perdí la vida, pensé. Me di un baño y alcancé a quitarme el jabón antes de que el agua se fuera.  Se habían hecho las cuatro de la tarde, así que frente al ventanal de mi departamento  acerqué un sillón y puse música de fondo para comenzar a leer el libro que me compré y disfrutar lo poco que me quedaba de mi frustrado día libre y,  para hacerles la historia más resumida, no faltó mucho tiempo cuando escuché las detonaciones y olí el humo lacrimógeno que se metió por todo mi departamento.  Ahora la pregunta del millón es:  ¿Qué coño está pasando en este país?  

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