Imaginaba
que mi día libre sería un poco más divertido, pero me topé con algo inesperado
que lo arruinó por completo. Ese día hice unas compras en el centro comercial;
me probé unos zapatos lindísimos y vi la ropa que me gustó. Observé a la gente
ir y venir como siempre, con cosas que hacer, hasta llegué a pensar que era la
única que tenía el día libre. Me compré
un libro para empezar a leerlo en cuanto llegara a casa; se trababa de una
mujer que intentaba encontrar a su hijo. Me pareció interesante leer sobre los
sentimientos que experimenta una madre con respecto a que no tiene a su cría a
la vista, tal vez éste autor había conseguido imitar de forma natural y precisa
estos sentimientos por la cual, cualquier mujer soltera y sin hijos, de vez en
cuando siente la curiosidad y el deseo de saber que se siente –¡no sólo cuando
están perdidos! –.
Terminada
mi ronda en el centro comercial, fui al estacionamiento y me subí a mi auto, no
era el “gran auto” pero me ayudaba a
movilizarme en esta ciudad caótica y de gente que corre en vez de caminar. El
calor de estos meses me estaba atosigando, así que decidí encender el aire
acondicionado que para mi sorpresa estaba –¡dañado! –, tuve que bajar los
vidrios para evitar asfixiarme y de nada ayudó porque el calor de afuera
continuaba insoportable hasta con el viento. Conté con llegar a mi casa en
treinta minutos, sin embargo, para mi mala suerte, me topé con una inmensa
cola; los autos estaban detenidos y en filas esperando a que una marcha de
estudiantes y civiles pasaran con su protesta, –como si no tuviesen trabajo o
clases. Me parece que hacen perder el tiempo a los demás –, esperé muy molesta
por quince eternos minutos y luego, al fin, la fila avanzó –lento pero seguro
–.
Ya
estando a diez minutos de mi departamento, recibo la llamada de mi madre –tiene
sesenta y seis años y a veces da muchas vueltas para explicar la razón por la
que llamó –. Al fin termino de hablar y como buena y consiente hija que soy,
acepté ir al supermercado a comprar la leche para que tomara su café con leche
de todas las mañanas –es como un ritual
para ella –. Llegué al lugar y para mi nueva sorpresa logré tomar una sola
bolsa de leche –¡si quiera la habían colocado en los estantes y ya se había
agotado! –, tomé la leche y algunas otras cositas que recordé que me faltaban.
Busqué la caja para pagar y una señora me explicó señalando con el dedo que el
final de la cola era –Allaaaá –. Al seguir la dirección que la señora me
indicaba, por poco se me cae la mandíbula de lo sorprendida que había quedado
–si quiera para votar se hacían esas colas tan largas –. Resignada comencé a
caminar y desde mi punto de partida conté a las personas que tenía adelante,
todas cargando paquetes de leche o
llevando más de tres en las manos. El
total de mi largo recorrido fue de cuarenta personas y me abandoné a pensar en sólo llevarle la leche a
la querida madre que tanto quiero.., finalmente, luego de esperar casi una hora
parada entre un pasillo de supermercado, pagué los artículos y completamente
cansada me subí al auto. Olvide que el aire acondicionado no servía y luego bajé
la ventana nuevamente. Salí del
estacionamiento del supermercado y… ¡otra maldi… cola! Empecé a frustrarme y
llamé a mamá, le expliqué que iría a llevarle la leche el otro día. No tuve
tiempo de colgar y ya un motorizado me había arrebatado el celular por la
ventana. Grite, grite y mucho. Me acerqué a un policía que estaba en una
esquina, le expliqué mi situación y para mi mayor sorpresa me dijo que lo
máximo que ¡yo! podía hacer era mandar a bloquear la línea. ¡Dios mío! Grite al
cielo y me vine a mi departamento, frustrada y alterada. Pasadas las horas
decidí olvidar lo del celular aunque todos mis contactos estaban allí, al menos
no perdí la vida, pensé. Me di un baño y alcancé a quitarme el jabón antes de
que el agua se fuera. Se habían hecho
las cuatro de la tarde, así que frente al ventanal de mi departamento acerqué un sillón y puse música de fondo para
comenzar a leer el libro que me compré y disfrutar lo poco que me quedaba de mi
frustrado día libre y, para hacerles la
historia más resumida, no faltó mucho tiempo cuando escuché las detonaciones y
olí el humo lacrimógeno que se metió por todo mi departamento. Ahora la pregunta del millón es: ¿Qué coño está pasando en este país?
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