lunes, 15 de junio de 2015

El ojo observador




      Antes para mí era un privilegio vivir sola; llegar a casa después de una jornada laboral agotadora sin nadie a quien repetirle lo que hice el resto del día. –¿Cómo te fue? –. –¡Oh! Muy bien–. Contestaba a cualquiera que se atreviese a hacerme esa odiosa pregunta. ¿Acaso te importa? Si me hubiese pasado algo interesante o muy relevante, sea malo o bueno, lo habría dicho sin problema, estaría enfrascado al principio del saludo. Pero no tengo deseos de revivir el día aburrido y tedioso al que, con mucho esfuerzo, sobreviví. Por ello soy feliz, llego a casa  y no hay nadie a mi alrededor. Estoy cansada de hablar, de sonreír o de asentir con educación, también de las formalidades y el respeto, es tan agotador,  así que disfruto de mi pequeña isla desierta, de este hermoso departamento, que a pesar de ser pequeño, es cómodo y acogedor.
Desde el día de mi mudanza, todo marchaba fantástico; como navío con el viento a favor en aguas templadas. Sin embargo, estos últimos días han sido terribles. Antes de comenzar mi relato, quiero resaltar que mi infancia y juventud fueron absolutamente normales, sin nada ni nadie que alterase mi línea de crecimiento mental y físico, por lo tanto, soy consciente de lo que pasa a mi alrededor.  Últimamente no he descansado lo suficiente, debido a que he descubierto un hecho sobrenatural por el que me he trasnochado estas últimas noches y confieso, que desde el primer día que fui consciente de ello, he deseado tener a alguien a mí lado. 
Me habría gustado que todo fuese motivo de mi imaginación, pero mi cordura –si es que me queda–, me explica que nada de esto es inventado por mi cabeza y que es tan real como el aire que respiro. Una noche descubrí que algo me acechaba mientras dormía. Ese mismo día, como todos los días antes de irme a dormir, iniciaba mi ritual cotidiano que consistía en terminar la cena –recalentada–, cepillar mis dientes e ir a la cama. Siempre dejo un libro en la mesita de noche, junto a la lámpara, así me acuerdo que tengo que leer, finalmente, cuando el sueño me vence, apago la luz y me lanzo a la tarea de relajar el cuerpo para entrar en un profundo sueño. En una de esas noches, descubrí a mi espeluznante acechador. De repente, desperté luego de haber sufrido una espantosa pesadilla en la que un ser con dientes afilados intentaba comerme; estaba sudando y tenía los músculos  contraídos. La habitación permanecía sumergida en un silencio profundo. La poca luz de los faroles en la calle, entraba levemente por la ventana que estaba entreabierta y apuntaba hacia el otro lado de la cama, era casi imposible mirar con claridad lo que me rodeaba. Me removí un poco entre las sábanas buscando una mejor postura y fue cuando lo vi. En el momento en que me giré vi una sombra al otro lado de la cama. Le dediqué varios segundos para observarla con más detalle, para aclarar que aquello no era producto de mi imaginación o un reflejo de luz mezclada con la negrura de las paredes. Mis pupilas se dilataron y a continuación, pude confirmar que se trataba de un cuerpo, porque su silueta era más negra que la obscuridad. En ese instante, me fijé en su ojo, podía verlo tan clara y detalladamente como si un foco pequeño de luz estuviese enfocado exclusivamente para iluminarlo; desde el borde de la ceja hasta el inicio de la mejilla y el dorso de la nariz.
Aterrada, observé su ojo que estaba dirigido hacia mí y en ningún momento parpadeaba, solo me observaba fijo y sin ninguna expresión. Me levanté de la cama con un salto y tirada en el suelo encendí la lámpara. La luz inmediatamente iluminó toda la habitación pero ya no estaba, el ojo y la sombra se habían esfumado. Esperé varios minutos. El corazón me latía deprisa, así que intenté tranquilizarme. Fui por un vaso de agua, me calmé y volví a la cama cautelosamente. No tuve el valor de revisar debajo de esta o el lado en el que había estado parada la sombra. –Es mi imaginación –, me repetí varias veces hasta que el sueño regresó. Apagué la lámpara mirando hacia ella,  en cuanto esta ya no emanaba luz, me giré, pero allí estaba nuevamente la sombra y el ojo mirándome fijamente. Llevé apresurada la mano para encender mi fuente de luz cercana y salvadora, pero mi apurada reacción hizo que esta cayera al suelo y se quebrara en mil pedazos, dejándome expuesta a la negrura de la habitación y a la sombra con su ojo humano. No podía dejar de mirarlo y él a mí tampoco. Su mirada era profundamente aterradora, como si me estuviese juzgando o amenazando, como si quisiera hacerme mucho daño o mucho peor… comerme. Permanecimos estáticos, mirándonos por varios segundos. Allí vi su crueldad, el odio en su alma, la sangre en sus entrañas, el latir de su corazón oscuro. Entonces, abrió más los parpados hasta que quedó un ojo enorme abierto como plato y levantó la mano hacia mí. Espantada, corrí hasta la sala, llevándome por el medio los restos de la lámpara y una silla en la que estaba la ropa lavada. Tomé el teléfono y le marqué a Juan, mi hermano. Le expliqué alterada lo que había visto –hay alguien en mi habitación y no deja de mirarme. Quiere atraparme–. En cambio, me preguntó si me había tomado las pastillas. Afirmé con un rotundo sí suplicándole que viniera. Me pidió que me tranquilizara y que lo esperara. Colgué y me acurruqué sobre el sofá de terciopelo de color azul rey, tratando de mantenerme despierta y estar atenta a cualquier movimiento misterioso.
Justo cuando el reloj de la pared marcó las tres, Juan se apareció. –¿Por qué has tardado tanto? –Pregunté al abrirle la puerta. Estaba agotada y muy nerviosa, me había quedado esas horas mirando hacia el oscuro umbral  donde estaba mi habitación y el hombre del ojo malévolo. Juan entró sin decir nada. Caminó hacia la alcoba mientras yo le seguía y le contaba todo con lujo de detalle. Él me notó nerviosa y algo alterada. –¿Y cómo no estarlo después de lo que vi?–. La habitación estaba vacía. Trató de tranquilizarme. Acepté sus palabras –todo está en tu cabeza– me dijo –iré a comprarte las pastillas a la farmacia, se te acabaron –comentó mirando el frasquito anaranjado con una etiqueta blanca. Estaba vacío. Me miraba con extrañeza, a pesar de que lo quiso ocultar, lo noté inmediatamente en sus ojos. Comprendí que no debía contarle a nadie lo que había visto y mucho menos hacerlo en el estado en que me encontraba. Fingí aceptar sus palabras y repetí que era mi imaginación, –tienes razón–, dije. Luego de unos minutos se fue y me dejó sola. Me tomé el tiempo necesario para regresar a la alcoba, dejé la luz del techo encendida y posé mi cuerpo sobre la blanda cama. –No es real, no es real, no es real –me repetí mil veces con las manos sudorosas y con el corazón acelerado. Mi cabeza tocó lentamente la almohada y me atreví a cerrar los ojos. Uno, dos.., tres segundos transcurridos, los volví a abrir sintiendo algo a mi lado. Entonces, vi que la luz estaba apagada y esta vez no vi el ojo en el lugar acostumbrado, sino que ahora, estaba parado al otro lado, cerca.., muy cerca de mí, pisando los trozos esparcidos de la lámpara, cubriéndome con su aliento y mirándome tan fijamente como los ojos en una fotografía.  Me levanté gritando con todas mis fuerzas, lo empujé y mis manos sintieron su cuerpo frío y áspero. ¡Temible criatura salida de las entrañas del infierno! Cerré la puerta y le pasé llave. Desde ese momento me he instalado en el mueble de la sala, pasando varias noches en vela para vigilar la puerta. No deseo, nunca más, ver ese ojo de exorbitada malignidad. Mis viseras tiemblan de tan solo recordarlo. No dejaré que salga, no le dejaré acecharme mientras duermo, no volveré a dormir, nunca más lo haré, no deseo verlo. 

2 comentarios:

  1. Hola Denisse. me ha encantado tu relato, a pesar que estaba escuchando música tecno a un volumen regular, tu narración me encerró en ella.

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    1. Hola Pedro, me alegro que te haya gustado, te lo agradezco.

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